A lo largo de mi vida he ido adaptándome al mundo moderno. Y durante estos ya casi 57 años de existencia, mis aciertos, errores, derrotas y triunfos me han enseñado a ser cada día más paciente, tolerante, consciente, sensato, honesto, sensible, humilde, sencillo, tranquilo y resignado ante tantas y tantas expresiones, momentos, pruebas y experiencias que mi propio destino me tenía preparadas.
Aunque para muchas cosas, es demasiado tarde; nunca es tarde para aprender, aceptar y volver a empezar. Aprendí a responsabilizarme acerca de mis propios errores que me llevaron a “perder”. Perder cosas, personas, afecto, oportunidades, estabilidad física, emocional y psíquica incluso. Tuve que sufrir en carne propia muchas de estas cuestiones para darme cuenta y entender que no debemos herir a otros. Mucho menos a quienes te quieren o aman. Que hemos perdido las cosas más grandes de nuestra vida que Dios un día nos ofreció. Y esto es la salud, la prosperidad, el entusiasmo, la familia y el Amor.
No culpo a nadie acerca de las consecuencias que he debido asumir por mis propias faltas cometidas, negligencia o falta de madurez en ciertas etapas de mi existencia. Me hago cargo y procuro no mirar hacia atrás. Simplemente porque ya lo he hecho muchas veces. No lo he podido evitar. Hecho de menos aquellos instantes tan completos del pasado. La fuerza interior que me movía, el hogar que logré llegar a tener. La armonía familiar. El éxito, el respeto y la admiración.
Afortunadamente con todo eso, aún no me he vuelto peleador, cascarrabias ni intransigente. Pero si que tengo edad para decir que hay cosas que ya no me gustan de nuestra sociedad actual. Hecho de menos la sana época del Rock, el Jazz, las baladas tiernas y profundas que hablaban de amor. Hecho de menos a Elvis, John Lennon, Groucho Marx, Cantinflas, a todos y cada uno de mis perros. A Celina la mujer que me crío. A mi padre que está a más de 10.000 kilómetros y hace años que no veo. A mis hijos que están todos repartidos por ahí en diversos rincones del mundo. Hecho en falta aquella época tan bella y sana de crecimiento, desarrollo y respeto hacia las artes marciales. A tantos compañeros del camino que ya no están.
No me gusta que tanta gente buena que conocí se hayan marchado de este mundo. Tampoco me gusta no poder abrazar y decir te quiero a todos aquellos que aún estando vivos, están lejos. No me gusta el cambio climático que estamos sufriendo en todo el planeta, no me gusta el terrorismo, tantas desgracias y catástrofes cada vez más terribles. Ni la congestión de tráfico, ni las actuales leyes, regulaciones y normas que cada día condicionan más nuestra libertad y calidad de vida, para luego realmente no solucionar nada. No me gustan las muchedumbres, la política y políticos cada vez más corruptos. No me gusta la maldad in crescendo del ser humano. No me gusta la soledad permanente. No me gusta la policía corrupta. No me gusta la droga que tanto daño está causando a nuestra sociedad, a nuestros jóvenes, adultos e incluso mayores.
Pero aunque no me guste, nada o muy poco puedo hacer. Quizá lo más digno, apropiado y sensato sea continuar durmiendo poco. Ya dormiré cuando muera. Mejor vivir el máximo de horas cada día para saborear hoy y más que nunca de cada amanecer, del campo, la montaña, pantanos ríos y mar. De mis mejores amigos, de un paseo, un poco de ejercicio, de unas oraciones toda vez que mi espíritu me lo pida. De las puestas de sol en verano. De la buena música, el buen cine. De mis propias obligaciones…
No quiero seguir ciego ante tanta belleza que aún nos queda en el planeta. No quiero ser inconciente porque todo tiene un final. Nada es para siempre.
Hasta otro momento amigos. “Señor y Dios mío, te adoro profundamente y te doy gracias por haberme creado, hecho cristiano y por darme este nuevo día. Te ofrezco mi trabajo, las penas y alegrías de hoy. Dame tu ayuda para servirte con amor. No permitas que te ofenda y dame fortaleza para huir de las ocasiones de pecar. Amén.
Raúl Gutiérrez
Aunque para muchas cosas, es demasiado tarde; nunca es tarde para aprender, aceptar y volver a empezar. Aprendí a responsabilizarme acerca de mis propios errores que me llevaron a “perder”. Perder cosas, personas, afecto, oportunidades, estabilidad física, emocional y psíquica incluso. Tuve que sufrir en carne propia muchas de estas cuestiones para darme cuenta y entender que no debemos herir a otros. Mucho menos a quienes te quieren o aman. Que hemos perdido las cosas más grandes de nuestra vida que Dios un día nos ofreció. Y esto es la salud, la prosperidad, el entusiasmo, la familia y el Amor.
No culpo a nadie acerca de las consecuencias que he debido asumir por mis propias faltas cometidas, negligencia o falta de madurez en ciertas etapas de mi existencia. Me hago cargo y procuro no mirar hacia atrás. Simplemente porque ya lo he hecho muchas veces. No lo he podido evitar. Hecho de menos aquellos instantes tan completos del pasado. La fuerza interior que me movía, el hogar que logré llegar a tener. La armonía familiar. El éxito, el respeto y la admiración.
Afortunadamente con todo eso, aún no me he vuelto peleador, cascarrabias ni intransigente. Pero si que tengo edad para decir que hay cosas que ya no me gustan de nuestra sociedad actual. Hecho de menos la sana época del Rock, el Jazz, las baladas tiernas y profundas que hablaban de amor. Hecho de menos a Elvis, John Lennon, Groucho Marx, Cantinflas, a todos y cada uno de mis perros. A Celina la mujer que me crío. A mi padre que está a más de 10.000 kilómetros y hace años que no veo. A mis hijos que están todos repartidos por ahí en diversos rincones del mundo. Hecho en falta aquella época tan bella y sana de crecimiento, desarrollo y respeto hacia las artes marciales. A tantos compañeros del camino que ya no están.
No me gusta que tanta gente buena que conocí se hayan marchado de este mundo. Tampoco me gusta no poder abrazar y decir te quiero a todos aquellos que aún estando vivos, están lejos. No me gusta el cambio climático que estamos sufriendo en todo el planeta, no me gusta el terrorismo, tantas desgracias y catástrofes cada vez más terribles. Ni la congestión de tráfico, ni las actuales leyes, regulaciones y normas que cada día condicionan más nuestra libertad y calidad de vida, para luego realmente no solucionar nada. No me gustan las muchedumbres, la política y políticos cada vez más corruptos. No me gusta la maldad in crescendo del ser humano. No me gusta la soledad permanente. No me gusta la policía corrupta. No me gusta la droga que tanto daño está causando a nuestra sociedad, a nuestros jóvenes, adultos e incluso mayores.
Pero aunque no me guste, nada o muy poco puedo hacer. Quizá lo más digno, apropiado y sensato sea continuar durmiendo poco. Ya dormiré cuando muera. Mejor vivir el máximo de horas cada día para saborear hoy y más que nunca de cada amanecer, del campo, la montaña, pantanos ríos y mar. De mis mejores amigos, de un paseo, un poco de ejercicio, de unas oraciones toda vez que mi espíritu me lo pida. De las puestas de sol en verano. De la buena música, el buen cine. De mis propias obligaciones…
No quiero seguir ciego ante tanta belleza que aún nos queda en el planeta. No quiero ser inconciente porque todo tiene un final. Nada es para siempre.
Hasta otro momento amigos. “Señor y Dios mío, te adoro profundamente y te doy gracias por haberme creado, hecho cristiano y por darme este nuevo día. Te ofrezco mi trabajo, las penas y alegrías de hoy. Dame tu ayuda para servirte con amor. No permitas que te ofenda y dame fortaleza para huir de las ocasiones de pecar. Amén.
Raúl Gutiérrez
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